sábado, 12 de septiembre de 2009

Los Grandes Argentinos, destino reiterado.

En el campo militar, literario, deportivo o político como en las ciencias, el conocimiento, el arte o el campo empresarial, hay como una maldición insoslayable. Mientras se abre camino hacia su consagración lo ven como un lanzado, sin meritos para tener en cuenta, y tal vez avanzando gracias a los vientos favorables de la suerte. Una vez arriba, volteando adversarios en el ring o liderando multitudes, son intocables, sin errores, infalibles, despertando oleadas de incondicionales que todo le aplauden, disculpan y justifican. Quizás el desgaste o el acostumbramiento expone sus fisuras, reales pocas e inventadas muchas, hundiéndolos lentamente y por años en el olvido y sobre todo en un raro desconocimiento de sus cualidades. Como si ser Grande tanto tiempo, molestara a nuestra mediocridad. En esta etapa aparecen los críticos, ignorantes y envidiosos, con sus rebuscadas teorías explicativas de que el Grande, no lo es tanto. Y comienza la búsqueda del heredero, de las segundas partes mejoradas, como forma de degradar al Grande, y quitarle su individualidad excepcional, comparándolos con supuestos clones de recónditas cualidades. El mediocre se desespera por ser él quien de con la copia del Grande, en vez de aprender, de aprovechar tanta Grandeza original. Necesitan tanta oscuridad para tapar al Grande, que tejen una negrura tan desmesurada que tiñe la sociedad toda, originando mas mediocridad. Y llevan al ostracismo, soledad y muerte al Grande, a la espera del tardío reconocimiento. Será por eso que hoy todos se niegan a ser Grandes en Argentina.

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