Dos personajes patagónicos,
tan bien descriptos por Asencio Abeijón en sus libros. El chulenguiador, ese
furtivo que cazaba chulengos –cría del guanaco- para vender los cueros que se
usan en los famosos quillangos. Ladino, ladrón a caballo con una técnica sui
generis en su lucha contra la manada y sobre todo contra las hembras madres,
desesperadas por proteger de la muerte a su cría. Cobarde, un cuatrero huidizo
de ganado cimarrón, aprovechador de la caballada del dueño del campo, sus
encontronazos con la ley son tan duros como con el patrón del campo. A este no
puede comprarlo, al policía que lo atrapa con las manos en la maza, sí. Vive al
margen de la ley, solo, desconfiado, sin formar banda, escondido en los
accidentes del terreno tanto del mascota – líder de la manada- como del
cristiano. Negocia solo cuando esta perdido, atrapado, acorralado. Habla solo
con su conciencia, escucha solo al viento y el relincho de sus victimas.
Cualquier parecido con el Tuerto Desaparecido es pura casualidad.
El otro es el
tumbeador, vago saltador de estancia a estancia, con el cuento de estar
buscando a alguien siempre ausente, pide permiso para esperarlo unos días,
mientras come de arriba y matea sin trabajar. Charlatán de relatos de terceros,
se los apropia como vivencias, para entretener en las cocinas del
establecimiento, para regodeo de oídos ingenuos. Sus fantasías entretienen
hasta que comienza a verse algunas fallas, evidentes hasta para los más crédulos
y la desconfianza retacea el guiso en el plato de lata, cada vez más. Vislumbra
el momento de la ida, asegurando que el supuesto viajero a llegar le ha fallado
y debe buscarlo en otro lado. Garronero mentiroso, fabulador de historias, vago
a perpetuidad, cualquier similitud con la Faraona locutora es pura casualidad. EL
HUARPE
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