viernes, 5 de julio de 2013

HISTORIA DE MUJERES


HOMENAJE A LA MUJER QUE LUCHO POR LA INDEPENDENCIA

En el Día Internacional de la Mujer, el Instituto Güemesiano de Salta en Buenos Aires presentó el Homenaje artístico académico “Abanderadas del Patriotismo” dedicado a evocar a la mujer que luchó por nuestra Independencia entre 1810 y 1821. El Homenaje se concretó en el Salón Auditorio de Radio Nacional desde donde fue difundido por la cadena nacional e internacional. Participaron en el mismo prestigiosos artistas que a través de la música expresaron su reconocimiento.
Los textos, redactados por la Prof. María Cristina Fernández, perfilan a algunas de las mujeres que se destacaron por su heroísmo y entregas.

VIUDA, MADRE Y HEROÍNA: Año 1811. En su afán por recuperar el ex Virreynato del Río de la Plata y luego de derrotar a los patriotas en Huaqui los realistas avanzan rumbo Buenos Aires. Al recibir la noticia Juan José Fernández Cornejo muere súbitamente.
Su joven viuda, Gertrudis Medeiros, todavía llora sobre su sepultura junto a sus 3 pequeñas hijitas cuando por orden de Pío Tristán es tomada prisionera. Parte de su casa es convertida en cuartel y el resto demolida para construir trincheras.
Cuando Manuel Belgrano triunfó en Salta, ayudado por hábiles mujeres como Juana Moro y Martina Silva de Gurruchaga, que capitaneando la tropa que formara se presentó en el campo de batalla, Gertrudis recuperó la libertad pero quedó en la pobreza.
Al año siguiente su hacienda, ubicada sobre el camino entre Salta y Jujuy fue asaltada. Desesperada resistió junto a los escasos gauchos que trabajaban sus tierras, pero tanta valentía no fue suficiente. Los restos de anteriores saqueos, cosechas y ganado, fueron arrasados.
Los pobladores de Campo Santo, indefensos, la vieron amarrada a un algarrobo que aún se conserva y cuyo follaje recuerda a la heroica mujer.
Encadenada fue llevada a Jujuy. El maltrato reafirmó su patriotismo y estando presa informaba sobre el enemigo al Gral. Güemes. Bajo sospecha, fue sentenciada a morir en los socavones de Potosí pero huyó la noche antes de ser trasladada y regresó a Salta.
Ante una nueva invasión se refugió en Tucumán. Gertrudis, la valiente espía, la heroica madre, todo lo había perdido. Pidió que se le otorgara una pensión pero no fue escuchada. Murió en la pobreza, cubierta por el manto del olvido.

LA EMPAREDADA: Año 1814. Después de invadir Jujuy y Salta el Jefe realista, Joaquín de la Pezuela, le informa al virrey del Perú:
«Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército».
La comunicación, interceptada por los patriotas, es un claro testimonio de la actuación de las mujeres. Una de las que desvelaba al jefe realista era la jujeña Juana Moro de López, delicada dama que humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo.
En una oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a los patriotas. Sufrió el castigo más grave cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta. Juana fue detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar.
Días más tarde una familia vecina, condolida de su terrible destino, oradó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados. Consecuencia de la difícil situación que atravesó fue su apodo: «La Emparedada».

JUANA EMBLEMA: La Juana que ahora recordamos, emblema de lucha, símbolo de entrega y patriotismo, se apellidaba Azurduy. Nacida en Chuquisaca, en su infancia quedó huérfana de padre y madre junto a su hermana.
Se unió en el amor y en los ideales a Manuel Ascencio Padilla poniendo su vida al servicio de la independencia. Intervino en numerosos combates y escaramuzas, sus hijos nacieron en momentos difíciles y cuatro de ellos murieron ante su mirada impotente y desgarrada, víctimas inocentes de enfermedades y acosados por el hambre, la sed y las incomodidades.
Juana combatió embarazada de su última hija, la única que sobrevivió y a la que dejó al cuidado de una familia amiga mientras ella continuaba luchando. Volvió a abrazarla una década después.
El Gral. Manuel Belgrano primeramente la había menospreciado pero luego, deslumbrado por sus acciones, le obsequió un sable en reconocimiento a su bravura.
Cuando su esposo fue cercado y decapitado y su cabeza expuesta públicamente, Juana la recuperó y le dio cristiana sepultura.
Sin familia, agobiada por el dolor y la tragedia, Juana marchó hacia el Sur. Vivió en Salta, donde luego de ser protegida por Martín Güemes, quedó desamparada. Pese a poseer grado militar, el gobierno no pagó sus servicios y recién en 1825 regresó a su tierra.
Sus bienes habían sido confiscados. Suplicó su devolución y recuperó una propiedad pero tuvo que venderla para saldar deudas y quedó en la miseria. Le otorgaron una pensión que le fue pagada un breve tiempo y murió en la máxima pobreza.
Fue enterrada en una fosa común, en un féretro armado con tablas de cajones comunes, sin los honores ni las glorias que su vida mereció.

CINTA COLOR PATRIA: Cuentan que María Loreto Sánchez de Peón de Frías murió centenaria, peinando hasta el fin de sus días sus canos y débiles cabellos con una cinta celeste.
Esta valiente e ingeniosa Salteña fue espía. Durante una ocupación realista, ideó una estafeta en el tronco de un árbol que crecía en la ribera de un río cercano a la Ciudad en el que las criadas lavaban ropa y recogían agua. Ellas llevaban y traían los mensajes que la corteza del árbol ocultaba.
María Loreto arriesgó su vida trasladando información confidencial en el ruedo de sus vestidos y temerariamente burló a los realistas. En una oportunidad, simulando ser una humilde panadera, ingresó al cuartel enemigo durante varios días logrando relevar el número
de soldados que ocupaba Jujuy, colocando granos de maíz en sus bolsillos, mientras era centro de atrevidos comentarios por parte de la tropa.
Su inalterable temple le permitió organizar un plan continental de Bomberas que eficazmente ejecutó junto a Juana Azurduy, Juana Moro, Petrona Arias y Juana Torino, sus hijos y criados.
Loreto fue la sombra de los realistas y ellos la castigaron con cárcel y humillación.
En 1817 el general español La Serna, que había ocupado Salta, invitó a un baile a las sospechosas mientras parte de su ejército avanzaba hacia el sur. Loreto lo supo por confidencia del oficial con el que bailaba y dio aviso a los patriotas impidiendo la expedición.
Por tanto heroísmo se le otorgó una mísera pensión, que ni cerca estuvo de los servicios que prestó. Murió en la pobreza.

LA MAMITA DEL POBRERIO: A Macacha –María Magdalena Dámasa Güemes de Tejada- le cabe la gloria de haber acompañado ideológica y logísticamente a su hermano, el Gral. Martín Miguel Juan de Mata Güemes.
Cosió uniformes para la tropa patriota, realizó arriesgadas tareas de espionaje y fue admirada y respetada por sus opositores. Fue muy querida por el pueblo. Debido a la generosidad con que ayudaba a los necesitados la llamaban «Mamita de los pobres».
Su red de informantes actuaba en Salta, Jujuy y Tarija, aportando datos fundamentales para controlar al enemigo. Integraban la red mujeres de la alta sociedad, campesinas y hasta minusválidas que todo lo arriesgaron por la Patria.
Andrea Zenarruza de Uriondo, esposa de un lugarteniente de Güemes, recibía información y la trasmitía desafiando los peligros que esta actividad implicaba, contribuyendo más de una vez al triunfo de las armas criollas.
Martín Güemes se encontraba con Macacha cuando una partida realista lo atacó e hirió en Salta, el 7 de Junio de 1.821, causándole la muerte pocos días después.

ROMANCES Y PENURIAS
Dos bellas y cálidas esposas fueron Carmencita Puch de Güemes y Remedios de Escalada de San Martín.
No empuñaron las armas, ni fueron espías, ni murieron extendiendo sus manos como mendigas sino de amor al hombre que acompañaron con sacrificio y coraje. Ambas criaron a sus hijos lejos del padre que anhelaba legarles un país libre.
Las campanitas de boda
dejan el aire adornado.
Para siempre se prometen
amor que los ha juntado.
Remeditos se casó con José a los 15 años pero vivió escaso tiempo a su lado. En Mendoza bordó la Bandera de Los Andes, contribuyó a equipar el Ejército y acunó a su única hija, Mercedes Tomasa. Cuando San Martín cruzó la Cordillera ella regresó a Buenos Aires donde la soledad azotó sus días y la enfermedad se adueñó de su cuerpo que a los 25 años fue sepultado en La Recoleta.
Murió clamando hasta el último aliento de su vida, por ver a José. No pudo ser.
La pequeña Mercedes quedó al cuidado de sus parientes y se reunió con su padre varios años después para emprender el penoso camino del exilio.
Carmencita se casó con Martín Miguel a los 18 años y desde entonces vivió angustiada por la suerte del magno luchador. Su angustia crecía junto a los peligros que la Patria experimentaba y acosada por los realistas tuvo que cambiar frecuentemente de residencia para no caer prisionera.
En el invierno de 1.820, Carmen gestaba, en el octavo mes, a Ignacio, su tercer hijo. Una nueva invasión la obligó a escapar dramáticamente llevando en sus brazos a Luisito, que todavía no había cumplido un año y a Martincito, de tres. Eludió el acoso pero las peripecias del camino, el nerviosismo y el clima afectaron su salud y la de los pequeños. El niño del que estaba embarazada batió sus angelicales alas meses después de nacer.
Carmen se encontraba a unos 100 Km de Salta cuando el general fue herido por los realistas. No pudo aliviar el martirio de su esposo, ni darle el último beso ni decirle cuánto lo amaba.
Antes de morir, Güemes vaticinó: «ella vendrá conmigo y morirá de mi muerte como ha vivido de mi vida». Y así fue.
Ya en el cielo suspirado
su desgracia tiene fin.
Ya se confunden las almas
de Carmencita y Martín.
Presa de una profunda depresión y enferma, Carmen fue al encuentro de Martín diez meses después. Al igual que Remeditos murió a los 25 años.

LA CAPITANA MENDIGA: Muy nombradas y poco conocidas son «las niñas de Ayohúma», aquellas que asistieron al derrotado ejército de Manuel Belgrano en Vilcapugio y Ayohúma en actual territorio boliviano.
Una de ellas deambulaba dos décadas después por la Plaza de la Victoria y las Iglesias del centro de Buenos Aires. Al verla, el general Juan José Viamonte, le preguntó su nombre.
María Remedios del Valle, respondió.
Es ‘La Capitana’, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína! Exclamó Viamonte. Condolido de su suerte le gestionó una pensión que no prosperó. El proyecto fue tratado en la Legislatura, pero algunos Diputados pidieron informes y alegaron que Buenos Aires no podía recompensar por servicios prestados a la Nación. Entonces Viamonte expresó:
«Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna… Esta mujer es realmente una benemérita. Es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de bala, y lleno también de las cicatrices por los azotes recibidos de los enemigos, y no se debe permitir que deba mendigar como lo hace».
El doctor Tomás de Anchorena, quien había sido secretario del general Belgrano en la campaña del Alto Perú, dijo:
«Era la única persona de su sexo a quien el riguroso Belgrano permitía seguir la campaña del ejército, cuando eran tantas las que lo intentaban. Todos la elogiaban por su caridad, por los cuidados que prodigaba a los heridos y mutilados, y por su voluntad esforzada de atender a los que sufrían. Su misma humildad es lo que más la recomienda».
Se acordó reconocerle un sueldo, crear una comisión que redactase y publicase su biografía y diseñase un monumento en gratitud a sus servicios. Nada de eso ocurrió. María Remedios murió en la miseria.

PALABRAS FINALES

Cruel destino, como el de tantas otras mujeres que después de luchar por legarnos una Patria las relegamos al olvido. Lo mismo ocurrió con sus hijos.
Martín del Milagro, Luis e Ignacio Güemes; Manuel, Mariano, Juliana, Mercedes y Luisa Padilla, Mercedes San Martín y tantos otros niños ¿qué infancia vivieron? ¿qué tregua recibieron cuando se les escapó la vida o cuando perdieron a sus padres? Ellos lucharon por darles una Patria en libertad y casi ninguno la pudo gozar.
Sea este un respetuoso y emocionado homenaje a todas las mujeres que forjaron nuestra Independencia. Ellas están representadas en los paños de las Banderas de la Nación y de la hermana República de Bolivia, cuyo Sur integraba, durante la Gesta Güemesiana, la Intendencia de Salta. Hemos nombrado algunas pero también exaltamos a las que no figuran en ningún libro. Ellas perdurarán si con el poncho de la gratitud protejemos sus recuerdos y las evocamos por lo que fueron: Abanderadas del Patriotismo.

No hay comentarios: